El Carmen de Peñapartida o de los Catalanes
Mazmorras en el paraíso
‘Esta Alhambra subterránea, en la que penaron miles de cautivos cristianos, merece ser conocida […] Añade una nota áspera de miseria y dolor humanos al cuadro, excesivamente optimista, de la abierta luz y al panorama incomparables de Granada’ Leopoldo Torres Balbás, arquitecto conservador de la Alhambra. 1944.
La luz esplendorosa de los los palacios Nazaríes tiene su contrapunto en una Alhambra mucho más lúgubre y oscura. Y testimonio de esta historia es un lugar que pasa prácticamente desapercibido para las miradas curiosas de miles de visitantes cada año: el Carmen de Peñapartida o de los Catalanes. Una superficie de 19280m2 que ocupa casi una cuarta parte del bosque de la Alhambra. Coronando la colina del Mauror, en lo alto del Realejo, es un espacio discreto cuando lo miramos desde fuera. Apenas una tapia que no nos permite imaginar el auténtico secreto que guarda celosamente en su interior: mazmorras, silos, los vestigios de una antigua fortaleza y un jardín que hace las delicias de los privilegiados que tienen la suerte de penetrar en él.
Se accede por el Callejón del Niño del Royo, frente a la Fundación Rodríguez-Acosta; aunque puede que su entrada más conocida sea la que da al Paseo de los Mártires, al lado del imponente edificio del hotel Alhambra Palace.
Mazmorras y silos. Y un cementerio.
Antes que nada hay que ponerse en situación. E imaginar el bosque de la Alhambra muy diferente. De hecho, hay que pensar que no hay bosque. Un secarral. Y todo ese espacio que hoy ocupa el Carmen, sería una extensa ‘maqbara’ o cementerio. Una necrópolis que superaba con creces los actuales límites de sus tapias, tal y como revelan las prospecciones arqueológicas que se realizan en 2004-2005.
Unas disimuladas marcas en el terreno nos indican el lugar que ocuparon algunos de esos enterramientos, si bien no se ha podido precisar con exactitud su fecha. La tradición islámica de inhumar los cuerpos desprovistos de todo artificio, ni tan solo alguna joya o moneda, así como la desaparición de las lápidas (muchas de ellas probablemente reutilizadas en las torres Bermejas y o en la propia Alhambra, las ‘macabrillas’) hace complicado datar con precisión el momento histórico. No obstante, sabemos que el Mauror contará con una notable presencia judía desde al menos el siglo II a.C. Por lo que no es descabellado pensar que la zona ya se encuentre en uso desde esa época.
Con la fundación del reino de Granada en 1238, el uso varía y se comienza a horadar el terreno para construir silos. Unos agujeros profundos con forma de cono invertido (pensemos en algo parecido a un embudo puesto del revés, con la parte estrecha hacia arriba) donde almacenar y conservar el grano durante prolongados periodos de tiempo. Cubiertos con paja, sellados con piedra y cubiertos de arena, modelo Marruecos e importados de Oriente, las crónicas afirman que el grano puede aguantar más de un año sin corromperse.
No hay que descartar que la zona de la explanada (recordemos que no hay árboles ni vegetación en aquel periodo de tiempo) pudiera servir para acampada de soldados, paradas militares, etc. Pero el uso castrense de la zona estuvo muy vinculado a la existencia de numerosas mazmorras. Y es que en tiempo de guerra, todo silo es buena mazmorra.
Derivado del árabe ‘matmura’, como tantas otras palabras en nuestro idioma, tenemos tres bien identificadas dentro de la propia Alhambra: en la Alcazaba, junto a la Puerta del Vino y en la Medina (cerca de la Puerta de los Siete Suelos). Aunque existieron muchas más. De hecho Jerónimo Münzer cuando visita Granada poco después de la conquista cristiana nos habla de ‘catorce hondas y enormes mazmorras, capaz cada una para 100 o 200 prisioneros’ en la zona que ocupa el Carmen de Peñapartida.
¿Cómo sería una de esas mazmorras? Torres Balbás las describe como espacios de entre 5 y 7 metros de profundidad con esa curiosa forma de embudo invertido: unos 2-3 metros en la parte superior; y en torno a unos 8-8’5 mtrs. de diámetro en su base. Suelo de ladrillo y unos ‘tabiquillos’ que separan una especie de ‘camas’. Un pequeño rebaje en el centro con un canalillo cumple la función de letrina, que va a una zona excavada donde se acumula. De hecho, una de las cosas que más destacan los cautivos liberados es el hedor con el que deben convivir. Aparte de la falta de iluminación y la humedad en caso de lluvia. Por la mañana se les envía a trabajar en las labores más diversas (habitualmente las más duras) y por la noche vuelta a su prisión… condiciones que algunos llegarán a soportar 10 o 15 años.
El aspecto de todo el espacio también sería un poco diferente, ya que las Torres Bermejas estarían unidas con otros dos torreones cuyos restos aún observamos dentro de la finca. Se hallan a la altura de la actual vivienda, y cerrarían una pequeña fortaleza de forma más o menos triangular.
El Carmen en época cristiana.
La toma de Granada el 2 de enero de 1492 también supone el comienzo de una importante transformación en esta zona: caminos que suben por la actual Cuesta de Gomérez, se plantan las primeras alamedas… Pero será en el segundo tercio del siglo XVI cuando el alcaide de la Alhambra ceda parte del agua de la Acequia Real (partidor de los frailes) al convento de los Santos Mártires que ocupaba la zona del actual Carmen de los Mártires. Gracias a este gesto, comienza la ‘transformación verde’ del Mauror, ya que el agua sobrante permite regar toda la zona hasta las Torres Bermejas. De hecho, el Carmen hoy día aún recibe agua de la Acequia Real de la Alhambra.
Desde el siglo XVIII ya hay referencias de varias parcelas en la zona pertenecientes a la familia Porcel. Y desde principios del siglo XIX su propietario será D. Antonio Porcel, un granadino originario de la Alpujarra, que llegará a tener una importante influencia en la Corte española, viviendo el convulso comienzo del siglo XIX en primera persona: invasión francesa, Cortes de Cádiz, restauración de Fernando VII… tanto él como su segunda esposa, Dña. Isabel de los Cobos, cultivaron una estrecha amistad con Francisco de Goya, que realiza sendos retratos de cada uno.
La vivienda adquiere su configuración actual, sin ser una casa especialmente destacable en cuanto a materiales u originalidad. Al fin y al cabo se concibe como una residencia de carácter secundario. Sin embargo, el jardín es lo que hace de Peñapartida un lugar realmente excepcional. Casi dos hectáreas donde se deja ver la tradición de un jardín hispano-musulmán, la fusión de la huerta y el jardín ornamental. Un jardín-huerto donde prevalece el concepto de intimidad que tan celosamente cuida la cultura árabe. El interior queda alejado de las miradas curiosas del exterior.
A partir del siglo XIX, en los Cármenes lo ornamental comienza a prevalecer sobre lo productivo, y se incorporan elementos decorativos como cenadores, fuentes, paseos… que generan un estilo local y le dan ese sabor tan granaíno. Pero Peñapartida es una caso muy particular que presenta características únicas: se concibe en función de espacios preexistentes, como los silos; su pendiente es más suave por lo que no se divide en terrazas como los Cármenes albaicineros o el propio jardín del Generalife…
El aspecto botánico es impresionante, albergando un total de 56 especies diferentes. Sigue combinando una zona de huerta con una profusa arboleda que lo integra perfectamente en el entorno del bosque, manteniendo a su vez un espacio de jardín de carácter ornamental. Todo aderezado con sus vistas impresionantes: al norte la Alhambra, al SE Sierra Nevada y hacia el S/SO el Mauror y la Vega de Granada. Características todas ellas que lo hacen realmente único y genuino.
Por supuesto, el agua es elemento imprescindible en todo este conjunto. Es la creadora de ese auténtico vergel que es el Carmen de Peñapartida y su impresionante entorno del Bosque de la Alhambra. Se almacena en dos albercas principales. Junto a la fachada construida a mediados del siglo XIX con motivo de la visita de Isabel II a Granada, encontramos la primera, en el punto más alto del Carmen. La surte de agua un bello mascarón de piedra con forma de cabeza de león y se observan en ella diferentes elementos que probablemente permitían ‘jugar’ con el agua para deleite de los propietarios y sus invitados. Ese agua, fluye a través de canales y acequias que alimentan diferentes artificios y artilugios hidráulicos, como una especie de ‘volcán’ de agua; para llegar hasta la segunda alberca, en una cota inferior. Desde ésta el agua probablemente continuaba su camino a diferentes puntos e incluso puede que regara alguna finca adyacente.
Su otra denominación, Carmen de los Catalanes, data de comienzos del siglo XX: en 1900 pasa a ser propiedad esta finca del industrial catalán D. Mariano Miralles que instala la primera cementera en Granada, además de ser promotor de la industria azucarera de la ciudad. En 1943 lo adquiere la familia García-Valdecasas, hasta pasar finalmente a manos del Patronato de la Alhambra y el Generalife en el año 2002. El objetivo del PAG es convertirlo en un espacio para disfrute de los granadinos y nuestros visitantes. En esa línea se sigue trabajando. Esperemos que esta auténtica joya de la historia de Granada esté pronto al alcance de todos.
Autor: Daniel Aguilera